La escritora y traductora falleció como consecuencia de un cáncer de mama que le había sido detectado en los últimos tiempos. Su muerte se produce a la misma edad que el autor de «Ficciones».
La actitud guardiana con la que María Kodama manejó el legado de Borges, que en muchos casos llegó a la Justicia a través de distintas demandas, fue una mención ineludible hoy en redes sociales, donde usuarios y usuarias se inclinaron con mensajes de gratitud por su enorme tarea como divulgadora de la obra del escritor argentino y al mismo tiempo recordaron su celosa tarea como albacea literaria, que le valió numerosas rivalidades y enfrentamientos.
Una galería de imágenes de cientos y cientos de usuarios y usuarias de redes sociales retratan a María Kodama con sus grandes anteojos negros o sus ojos rasgados, su pelo blanco, su sonrisa en mueca mirando a la cámara. Otras tantas son fotografías en blanco y negro con Borges, en un viaje, en una biblioteca, mientras caminan por el Sena o ingresan en algún evento, él tomado siempre de su brazo.
Las redes sociales despiden a la traductora y docente que murió a los 86 años en su casa de Vicente López como consecuencia de un cáncer. La mujer a la que Borges convirtió en la viuda literaria más famosa de nuestro país cuando la nombró albacea sin que ella supiera y le dedicó palabras amorosas en sus libros, otras de las postales que circularon en las redes sociales, como la que le dejó en «La cifra»: «Yo pronuncio ahora su nombre María Kodama. Cuántas mañanas, cuántos mares, cuántos jardines del Oriente y del Occidente, cuánto Virgilio».
Aunque fue también traductora, docente y autora, Kodama no alcanzó la misma fama con sus otras facetas como sí con la de heredera de Borges, una tarea que asumió polémica, controversial y «samurai», como se la apodó por sus orígenes japoneses. Al despedirla en redes, la filósofa Diana Maffia alternó las formas de su presentación: «Murió María Kodama, escritora, traductora y profesora de literatura, además de la viuda y albacea de Jorge Luis Borges, este 26 de marzo a los 86 años».
La noticia de la muerte de Kodama no pasó inadvertida. El historiador Felipe Pigna la despidió con un «hasta siempre», mientras que instituciones, editoriales y fundaciones se hicieron eco de su partida, como Penguin Random House Grupo Editorial, que lamentó la muerte de una autora con la que «ha trabajado estrechamente en el cuidado y difusión de la obra de Jorge Luis Borges». También, desde la Fundación El Libro lamentaron «profundamente» su fallecimiento.
Justamente, otra batalla que ha impulsado Kodama fue contra el actual presidente de la Fundación El Libro, Alejandro Vaccaro, escritor, biógrafo y coleccionista de Borges, con quien ha tenido una larga rivalidad y lo ha acusado en numerosas oportunidades de querer sacar «ventaja» con el nombre de Borges. También llevó su denuncia a la justicia cuando lo demandó por delito de injurias a partir de una nota publicada en una revista.
Santiago Llach, otro estudioso de la obra del autor de «Ficciones», sostuvo en redes sociales que María Kodama «fue la única que no leyó a Borges y la única que lo hizo feliz en el amor. QEPD» y agregó: «El año pasado, contra Borges, publicó un libro rosista (Rosas y el color rosa fueron una obsesión de Borges). Borges decidió morir ginebrino y universal, Kodama eligió su destino sudamericano».
Kodama asumió su tarea de heredera universal como una verdadera guardiana: participó en la decisión de cada edición -incluso frenó ediciones, como la publicación norteamericana de «Diálogos Borges Sábato» que salió en portugués, italiano hasta en idioma chino pero no tuvo edición inglés en ese país por su negativa- y mantuvo numerosos litigios y enfrentamientos, desde demandas de plagios hasta calumnias. También asumió la voz pública de los entretelones de Borges, como cuando salió a decir que «Bioy fue un traidor» porque publicó charlas con su amigo.
En este sentido, tras la noticia de su muerte algunos recordaron su estilo como protectora de los derechos de autor de Borges, como el guionista, productor y director de televisión Luciano Olivera que escribió: «Fuerte leer la muerte de Kodama. Celosa guardiana, excesiva quizás, también necesaria para semejante obra».
Más crítico se mostró Pablo Wisznia, gestor y abogado, que tuiteó: «Con la muerte de Kodama se recupera la obra de Borges en forma plena para las futuras generaciones. Para que el derecho de autor no sea administrado arbitrariamente por los familiares, debería finalizar con la muerte del autor».
Otro enfrentamiento permanente fue con Roberto Alifano, uno los biógrafos de Borges que escribió varios libros en los que relata conversaciones que mantuvo con el escritor cuando era asistente de Borges. Kodama lo demandó por defraudación de los derechos de propiedad intelectual de El Aleph, tras una acusación de plagio y falsificación que la Corte Suprema de Justicia rechazó.
Borges y Kodama, en París. (Foto: Archivo General de la Nación).
Si hubo un caso que alcanzó revuelo internacional y sacudió al campo literario que se organizó en defensa del autor, fue el del escritor Pablo Katchadjian, que engordó con 5600 palabras el más famoso relato de Borges, «El Aleph».
Katchadjian fue procesado en 2015 por el juez de instrucción Guillermo Carvajal en una causa por presunto plagio de «El Aleph», iniciada a partir de una denuncia de la propia Kodama. El juez sostuvo en ese entonces que el libro «El Aleph engordado», era una ‘copia’ de la obra de Borges, a la que se le «intercalaron palabras, frases y oraciones completas, sin ninguna diferenciación en su impresión». Pero meses después la Cámara revocó el procesamiento por falta de mérito.
En 2019, el escritor y empresario Alejandro Roemmers había ofrecido donar al Estado argentino más de 6.000 libros y manuscritos de Jorge Luis Borges para poner en marcha con ese aporte la creación de un Museo Borges.
En ese momento, el abogado Fernando Soto, quien representaba a María Kodama como viuda y albacea de Jorge Luis Borges, aseguró a Télam que era «absolutamente seguro que Borges jamás dispuso de esos bienes materiales, por eso es verosímil sospechar que puede haber manuscritos comercializados ilícitamente o de mala fe, como ocurrió en colecciones de todo el mundo». Sin embargo, Roemmers, aseguró que la colección no fue un robo y que la compra de las distintas adquisiciones se realizó de manera legal.
La persistente mirada guardiana de Kodama en temas vinculados a derechos de autor fue más allá de nuestro país. En 2006 puso un freno a la publicación de las obras completas por la editorial francesa Gallimard y a un libro de conversaciones con Jean Pierre Bernés. La explicación de Kodama es que Bernés se negaba a entregarle la copia de la conversación que mantuvo con Borges poco antes de la muerte del escritor, en Ginebra.
Pero la protección de Kodama no quedó únicamente en el terreno de los libros. En 2017, una diputada presentó un proyecto para repatriar los restos de Borges y la heredera salió al cruce. En una conversación radial en aquel entonces, dijo que estaba «terriblemente triste» por la iniciativa y consideró que «en una democracia ninguna persona de ningún partido puede disponer o intentar disponer del cuerpo de una persona que es lo más sagrado, frente a otra que ha dado y sigue dando su vida por amor».
En una entrevista con Télam en 2021, Kodama contó sobre ese nuevo título que le trajo la muerte de Borges y que ella no esperaba. «Si hubiera sabido que Borges me nombraba heredera no hubiera aceptado. Por eso, cuando él murió su abogado me dijo que antes de hablar con la prensa tenía que darme la noticia de que me había nombrado como heredera universal. Yo le dije: «¿Cómo no me consultaron? Y él me contestó que Borges le dio la orden de decírmelo cuando él estuviese muerto, porque de lo contrario yo no iba a aceptarlo. Borges sabía que iba a ser yo. Mis amigos me decían: «Claro, fue un vivo, porque sabía cómo vas a cuidar su obra, sos japonesa y si tenés una responsabilidad la vas a cumplir, aunque te cueste la vida».
La muerte de María Kodama a sus 86 años -la misma cifra que Borges- deja como pregunta quién será ahora la persona que asuma la responsabilidad de velar por los derechos de autor de Borges.
Lo cierto es que la obra de Borges seguirá siendo custodiada al menos por unos 33 años más, cuando en 2056 se cumplan los 70 años de la muerte del autor y sus textos pasen a dominio público.
Los relatos descarnados de Julián Axat, que publicados por Punto de Encuentro dan cuenta de un compromiso, un gran esfuerzo y, a la vez, una realidad que merecen una especial atención. Adelantamos la introducción y una de las primeras crónicas.
NADA QUEDA DE ÉL
«Todo el testimonio de su
existencia son estas
palabras mías»
Primo Levi
Cuando a mediados de 2008 asumí el cargo de defensor penal juvenil en la ciudad de La Plata, nunca pensé demasiado en las consecuencias de aquella decisión. Lo cierto es que las historias con las que me topaba cotidianamente me afectaban y –más allá de la tarea de defensa– sentía que debía hacer algo con ellas. Entre 2008 y 2014 atendí, aproximadamente, cerca de mil adolescentes. Cada uno era un mundo particular, único y complejo, que formaban un universo de trayectorias atravesadas, todas, por la violencia más profunda de nuestra sociedad. Cada uno de esos casos, cada uno de esos cuerpos hablaban, me interpelaban.
Las palabras que salían de sus bocas eran reticentes, al principio llenas de desconfianza, silencios, fruto del miedo soterrado y la humillación constante. Historias devastadas y rotas, de las que a veces resultaba imposible hallar un sentido narrativo (¿acaso no es esa la función del abogado?). Por eso había que traducir esas palabras, lograr que sean coherentes para que el lenguaje del Estado pudiera sopesar con mayor prudencia y limite el afán de castigo.
Comprendí que era imposible intentar ser yo esas voces. De esa imposibilidad, de esa impotencia, nació esta voz. Y, sobre todo, del recuerdo. Y con esa voz nació una obsesión: contar aquellas historias.
En un principio, en paralelo con cada defensa, escribí un poema. De esos cruces entre escritura y acto de defensa surgió el libro Musulmán y biopoética (2012). Y también relatos con un registro etnográfico que fueron a parar a una tesis de maestría: “Una voz no menor” (2013). Con el tiempo comencé a pensar otro modo de narrar los casos, y elegí el estilo de las aguafuertes. Las historias debían ser contadas a la manera del gran Roberto Arlt: observaciones, impresiones cotidianas de un tiempo y un espacio –como bien apuntó David Viñas–. En mi caso, ese espacio fue la ciudad de La Plata, tan similar a cualquier otra ciudad: con su mundillo judicial, sus adolescentes, su policía, sus delitos, su violencia, su cárcel, su periodismo tendencioso.
Elegí contar aquellas que más habían trascendido al público debido al alto impacto en la prensa local y nacional. Muchas fueron escritas al poco tiempo de suceder; otras son la memoria una década después. La mayoría de estas historias fueron surgiendo –como debe ser una verdadera aguafuerte– del ejercicio de escritura semanal en un periódico durante el tiempo que duró la pandemia de coronavirus. Aquel diario El Mundo donde Arlt mostraba la sociedad, fue para mí El País digital, en el que cada jueves escribí estas memorias a modo de folletín.
Algunas historias llevan el nombre y apellido real de sus protagonistas; en otras, preferí preservarlos, conservando sus iniciales. Todas hablan de un tiempo pasado, pero un pasado que se sigue repitiendo en el presente: si bien los nombres pertenecen al anecdotario, nada cambió en el sistema por el cual esos casos –a modo de repetición kafkiana– siguen siendo prácticamente los mismos, aunque yo ya no esté en ese mismo lugar.
En definitiva, busqué agotar los registros y las formas del lenguaje para mostrar que hay un vacío imposible de llenar. Un vacío que tiene que ver con el Mal y con el silencio, con cierta imposibilidad de la hospitalidad humana respecto de determinados “otros” que, en el fondo, se parecen demasiado a “nosotros”. A la proyección de nuestros miedos.
Nunca quise romantizar esas vidas. Por eso decidí ubicar el mote de “pibes chorros” en el título de este libro: no es con el cual yo nomino, sino el que peyorativamente utiliza el sistema punitivo contra la infancia de la que todos hablan, contra la infancia que todos niegan y desechan.
De allí que sospecha y asignación de etiquetas, así como el juego de hipocresías, sea la tarea de la que me encargué como defensor; aun cuando en el recorrido solo haya podido agregar mojones, intentos o trazos de un mundo mejor para esas vidas.
Estamos demasiado solos, y la crueldad acecha siempre a la vuelta de la esquina. Frente a eso, el lenguaje parece algo inútil. Sin embargo, la escritura de estos diarios me permitió exorcizar fantasmas, vislumbrar la densidad de cierta dimensión, soltar energía y transformarla en otra cosa.
No sé qué fue de todos ellos. Al fin y al cabo, estas memorias son los pocos rastros que quedan de esos destinos; apenas unas siluetas que se tragan el tiempo y la muerte.
EL CARNICERO DE BAVIO
–Buenas tardes, tiene que venirse volando para acá.
El llamado era de la Comisaría 5a: habían detenido al “carnicero de Bavio” y yo tenía que verlo antes de que lo entrevistara el fiscal. La escena que me encontré era dantesca. X, de 16 años, todo manchado de sangre seca, estaba sentado en el banco de cemento de la celda del fondo.
Con la cabeza gacha, los ojos clavados en el piso mugriento y los brazos tirantes hacia atrás por las esposas, murmuraba en silencio, como si rezara.
Ni se mosqueó con mi presencia. Me abrieron la celda y me senté a su lado. Pedí a la guardia que se retirara no sin antes quitarle las esposas. El trabajo de un defensor penal de pobres y ausentes de menores de edad se basa en la construcción de confianza: acompañarlo en las audiencias, explicarles a los padres cómo se suceden las cosas, tratar de dilucidar qué es lo que lleva a un niño-adolescente a cometer un delito, desentrañar su pasado y sus fricciones, entender sus miedos y traducirle el expediente escrito de una manera endiabladamente complicada.
Los diarios locales hablaban, desde la tarde anterior, del extraño suceso. El dueño de un campo de la zona de Bavio había encontrado por la mañana a 100 terneros y 43 vacas de su propiedad degollados. A pocos metros del lugar estaba X sentado entre los pastizales con un facón y el cuerpo bañado en sangre. El propietario presentó la denuncia y reclamó que alguien en la intendencia se hiciera cargo de tremenda masacre, ya que el chico y su madre vivían en un ranchito dentro de su campo y no tenían cómo pagar semejante daño.
A X lo bautizaron periodísticamente como “el carnicero de Bavio”. Los comentarios de los lectores pedían, enfurecidos, escuadrones de la muerte que terminaran con la lacra de menores delincuentes y chorros, y reclamaban un sacrificio para este menor como si fuera uno más de los terneros degollados. Era de lo único que se hablaba ese día en los medios de la zona. Algunos inventaban teorías y conjeturaban que X estaba poseído por algún demonio, ya que solo así se podía explicar la cantidad de animales asesinados por ese chico de 16 años. Otros, más benignos con la situación de X, sostenían que era obra de un plato volador que había bajado durante la noche para llevarse muestras de seres vivos, tal como había ocurrido en otros parajes. Hasta se mencionaban supuestos avistamientos de ovnis denunciados por los vecinos.
Con las paredes cargadas de marcas de un pasado terrible, la Comisaría 5ª siempre había sido un lugar siniestro. Yo sabía muy bien que, por esas celdas, durante la dictadura cívico-militar, podrían haber pasado mis padres, como pasaron por allí cientos de personas que fueron asesinadas o continúan todavía desaparecidas. Varios años después, ese lugar se iba a transformar en Museo de la Memoria, pero por entonces todo seguía igual y, por mi función, me tocaba seguir transitando por esos abominables túneles del tiempo como si nada de aquello inhumano hubiera sucedido.
La cuestión es que, esa tarde, en la comisaría tenía a X frente a mí. Yo le había tocado como defensor de pobres y ausentes porque la madre –una humilde campesina de la zona a la que no le habían dejado ver aún a su hijo– no tenía ni un peso para pagar un abogado. Le dije que sería su abogado, que se quedara tranquilo, pero no logré interrumpir su murmullo constante. Entonces le pregunté en voz alta qué había pasado.
Hizo un silencio, pero no levantó la cabeza ni dejó de mirar fijamente el piso mugriento.
De repente, X salió de su ensimismamiento y me miró. Alcancé a percibir que entendía –al fin– que estaba a su lado, y que no se trataba de una sombra acechante similar a los guardias que lo insultaban y maltrataban. Que yo era alguien amigable, que de pronto podía ayudarlo.
–¿Dónde está mi mamá?– preguntó clavándome sus ojos oscuros desorbitadamente abiertos.
–Está afuera, esperándote. Te va acompañar a la fiscalía dónde vas a tener que prestar una declaración. Es el procedimiento.
Seguía mirándome, pero con desconfianza, como si la idea de alguien que pudiera defenderlo fuera, para esas circunstancias, un invento de comprensión imposible.
Entonces comenzó a llorar. Lenta, intensamente. En silencio; como se llora de verdad cuando nada ni nadie puede remediar la pena. Traté de calmarlo, pero no hubo caso. Esperé unos diez minutos, hasta que en el medio del llanto insistí con la pregunta. Qué pasó. Recién entonces volvió a hablar.
–Fue el patrón. El patrón que golpeaba a mamá todas las tardes. El patrón, el dueño de las vacas y del campo, el que nos prohibía ordeñar.
Usaba la fusta a veces…
X se levantó la remera y me mostró la espalda.
–¿Él te hizo eso?– pregunté anonadado por la cantidad de heridas que surcaban su espalda.
–Sí, él, y a mamá le hizo otras marcas que no se ven fácilmente, y que ella te va a negar que tiene. Cuando me harté de los golpes, yo juré que a esos animales a los que quería como a mi vida los iba a faenar. Los hinqué esa noche, uno, dos, tres, diez, perdí la cuenta cuando lo hacía, el cuchillo entraba y salía. Entraba y salía, entraba y salía. Después, me dormí al lado del árbol.
–¿Y tu papá?
–No sé quién es. Mi mamá dice que se mandó a mudar antes de que yo naciera…
–Bueno, me parece que por el momento es preferible que no declares. Total, lo vas a poder hacer un poco más adelante. Lo importante es que denunciemos la violencia que ejerció el patrón contra ustedes y después veamos…
–Nooo, mamá dice que nos va a echar del campo, que nos va a voltear el rancho con la topadora…
Seguimos conversando aquella tarde antes que X declarara ante el fiscal. Estaba claro que el llamado “carnicero de Bavio” no era más que un simple adolescente atormentado; y que la terrible mezcla de algún posible trastorno de base, pobreza extrema, ignorancia y violencia contenida, fue lo que desencadenó la decisión de sacrificar a los animales.
No se había atrevido a levantar la mano contra el patrón, quien se aprovechaba de su situación de vulnerabilidad. Defender a su madre y a sí mismo habría significado atentar contra su medio de vida. Yo debía esperar el informe del perfil psicológico para poder avanzar en esa argumentación. De lo contrario, no podría convencer tan fácilmente al juez.
X declaró ante el fiscal y logró la libertad. El delito de daño es excarcelable, por lo que se evaluó un seguimiento psicológico y alguna forma de contención. También se denunció al dueño de la finca por abuso.
Al día siguiente de la excarcelación, todos los medios zonales criticaban a la justicia por liberar al joven. Los comentarios de los lectores al pie de las notas, enfebrecidos, decían que ahora el “carnicero” iba a probar con humanos, ya no con animales. Que estos pequeños delincuentes siempre entran por una puerta y salen por la otra…
Axat, hombre de leyes y poeta. Foto: Osvaldo Fanton / Télam
El autor
Julián Axat nació en La Plata en 1976. Es poeta, abogado y militante por los Derechos Humanos. Como poeta publicó «Peso formidable» (2003), «Servarios» (2005); «Si Hamlet duda, le daremos muerte» (2010); «Rimbaud en la CGT» (2014); «La Plata spoon river (2014); «Perros del cosmos» (2020); «Interestelaria y antología de poesía y ciencia ficción» (2022), entre otros. Como funcionario en la Justicia fue defensor penal juvenil en la provincia de Buenos Aires (2008-2025). Actualmente es director en el Ministerio Público fiscal de la Nación.
Celeste Dondero realizó una publicación en su Instagram ante la necesidad de mudarse con su pareja. Contó las problemáticas que tenía para poder conseguir departamento y el tema se expandió por redes.
Una odisea. Así podría definirse, en una simple palabra, la búsqueda de un alquiler. Por la (muchas veces) insólita documentación requerida, por algunos precios desorbitantes, para un joven se hace cada vez más complejo poder ser inquilino. Celeste Dondero, una cantante de San Martín, es una de esas jóvenes y mediante un jingle contó lo que le sucedía cuando quería acceder a la búsqueda de un departamento junto a su pareja. Tanto gustó esa manera de mostrar su inconveniente, que se viralizó rápidamente, y la historia tuvo final feliz.
La publicación de Dondero, de fines de enero, pedía a sus seguidores de Instagram que compartieran su búsqueda de un departamento dos ambientes en la zona de San Martín o alrededores. «Quisiera no perder ningún órgano. ¿Me ayudas a compartir?», ironizó, en relación a los pedidos que suelen hacer las inmobiliarias para ingresar a un inmueble.
Pero eso era sólo el texto que acompañaba un minuto de jingle en el que la artista sanmartinense de 28 años detallaba las necesidades de su búsqueda. “Hice un jingle porque busco un alquiler y no encuentro / No encuentro / En el último lugar que pregunté me pidieron tres recibos de sueldo / ¿Qué les pasa? / De tres personas diferentes / Yo no sé si me explique / Necesito un dos ambientes / No pedí la Torre Eiffel”, canta Dondero.
“Yo buscaba algo por San Martín o cercano por San Martín… / Con mi novio agradecemos si querés compartir algún dato / Dale, no seas ortiva. Es para marzo!”, detalla la canción de cerca de un minuto.
Y concluye: “Hice un jingle porque me quiero mudar y soy buena inquilina / Me querés de vecina / Las inmobiliarias piden para entrar: / Un riñón, la vejiga / (se mudaba morida) / Y yo quisiera conservar mis órganos en su lugar / Si tenés una data, avisá / Gracias!”
La joven, quien da clases de canto, buscó a través del arte y el humor poder reflejar una problemática que, si bien es particular, identifica a muchos jóvenes que quieren independizarse e irse a vivir solos. El video tuvo más de un millón y medio de reproducciones en Instagram, pero además se viralizó por otras redes como Twitter e incluso grupos de WhatsApp.
Esto provocó, como siempre sucede, también la reacción de algunos «haters» (odiadores) que comentaron la publicación y también a ellos Dondero les dedicó un tema.
Más allá de las muestras de cariño, que incluyeron comentarios de Sol Cabrera, Femigangsta, entre otros artistas, lo más importante fue que gracias a su creatividad para afrontar su necesidad, Celeste consiguió departamento para poder mudarse el mes próximo con un giro inesperado dentro de la historia: fue su profesor de historia de la secundaria quien se enteró de la situación y le ofreció una casa a la pareja días atrás.
Un mal regalo de Reyes. Este 6 de enero falleció el arquitecto Rodolfo Livingston, uno de los símbolos de una época, un hombre que supo reunir talento, rebeldía, humor y trabajo para democratizar la arquitectura, el urbanismo, la cultura y –sobre todo– la vida cotidiana. Las familias y las comunidades como claves para una nueva arquitectura. Datos sobre dónde radica el milagro del universo, y la creación del felizómetro/sufrinómetro. Fue autor de libros como Cirugía de casas (sobre sus trabajos), Arquitectura y autoritarismo y Anatomía del sapo (en referencia a los sapos que el neoliberalismo le hace tragar a la humanidad), libro a tener en cuenta ahora que tenemos que tragarnos el verdadero sapo de la noticia de su adiós.
Por Sergio Ciancaglini.
El arquitecto Rodolfo Livingston estaba en cuatro patas sobre el tejado de zinc haciendo una especie de alpinismo de los techos, tanteando distintos lugares de la chapa como si se tratase de un piano que había que determinar si estaba afinado.
Terminó esa recorrida sonriendo, se acercó a Claudia y a mí y nos dijo en voz baja: “Compren”.
Así decidimos comprar la casa que habitamos desde hace varias eras geológicas (hablo de los 80) a la que el mismo arquitecto Rodolfo Livingston rediseñó según los conceptos nuevos, transformadores, revolucionarios, evidentes, obvios, o como prefieran llamarlo, que estableció a lo largo de su vida profesional y que plasmó en libros como Cirugía de casas (¡en el que aparece la nuestra!).
Este día de Reyes la realidad –que anda un tanto maldita– ha decidido cometer la siguiente noticia: Rodolfo ha muerto. Lo anunció su hija Ana. Su esposa (y también arquitecta) Nidia Marinaro mostró la foto en su red social del hijo menor, Tomás Livingston, abrazando a su padre que estaba con los ojos cerrados. Fue en Mar de las Pampas, donde había ido a pasar unos días en familia. Escribió Nidia: Queridos, murió Rodolfo en mis brazos, con Tomás al lado. En paz. Su alma sabia hizo única la despedida».
Rodolfo tenía 91 años, aunque toda su vida fue de los tipos más jóvenes que cualquier persona pudiese conocer. Fue parte de una generación que hizo eclosión en los 60 en el país y en el mundo, postulando el acceso de la imaginación al poder, las nuevas miradas, nuevas éticas, nuevos modos de pensar, actuar y de relacionar al bicho humano con la irrealidad circundante.
De lo familiar a lo comunitario
Fue Rodolfo un tipo divertido, rebelde, creativo, trabajador, elegante (en la forma, y sobre todo en el contenido), soñador con los pies en la tierra o en los tejados, generoso, un verdadero intelectual (alguien crítico de su tiempo, capaz de meter el dedo en cualquier llaga y no una caricatura pomposa de jerga intransitable, como suele ocurrir). Y fue una persona de acción. Ahora que tanta gente desmesuradamente joven ha visto Get Back!, podría plantearse que Rodolfo fue una especie de Beatle de la arquitectura, capaz de improvisar una idea, seguirla, observarla, meditarla, convertirla en cimientos, en proyecto, en obra, en un techo. En un hogar.
Creó el concepto del Arquitecto de familia, definición que convirtió en un método y en grupos de trabajo. En términos económicos lo explicaba así: “Los arquitectos cobran un porcentaje de la obra. Quiere decir que cuanto más grande la obra, más cobran. Yo no hago eso sino que fijo un precio de entrada, y trato de hacer las cosas produciéndole el menor gasto al cliente. Por eso muchos colegas me quieren liquidar. Pero si lo hago a porcentaje, va en contra de la familia. Es como si un cirujano te cobrara no por lo que necesita tu salud, sino de acuerdo a todo lo que te saca en una operación, después lo pesa y va a porcentaje”.
El Método Livingston (así se llama un documental que lo describe) se aplicaba a partir de enormes y cuidadas entrevistas con las familias que querían hacer o reformar su casa, preguntándoles sus orígenes, sus proyectos, sus horarios, sus comidas, y todos los etcéteras imaginables. “La casa es de ellos. Uno tiene que aprender a escuchar. Esto no quiere decir aceptar cualquier demanda, sino tratar de entender lo que llamo ‘demanda latente’: qué necesita la persona o la familia, y cuál puede ser la mejor solución”.
El día que vino a ayudarnos a definir si tenía sentido comprar la casa construida en 1916 lo encontré en la vereda de enfrente con un atril y una brújula. El atril para ir dibujando lo que veía. La brújula para comprender cómo sería la luz de cada día y en cada ambiente. Luego hizo la recorrida, tocaba las paredes, revisaba rincones inesperados, se tiraba al piso a ver cosas que nadie veía, y no se privó de los tejados, ni de la entrevista gigante para poder trabajar en conjunto cómo sería el hogar, de acuerdo a lo que le gustaba llamar “cerebro colectivo”.
Aplicó en Cuba el mismo espíritu que con una familia, pero a gran escala, cuando inspiró y colaboró en la construcción de nuevos barrios comunitarios discutiendo incluso con los cubanos hasta lograr que esos intercambios lograran no el triunfo de una postura sobre la otra, sino la activación del cerebro colectivo. Me contó que hizo 32 viajes a la isla, donde dictó 70 seminarios. “Pero atendíamos a las familias reales, no era que dábamos conferencias”. En 149 municipios de toda la isla, decía maravillado, había carteles en las plazas anunciando a los Arquitectos de la comunidad. Rodolfo sostenía que se le había producido una mutación inesperada: «Tengo el alma cubana». En una era fragmentada y descompuesta, sus ideas siguen siendo un horizonte de cosas que no siempre van juntas: sensibilidad, pragmatismo y humanidad.
Democratización de la vida cotidiana
Cada intervención de Rodolfo era un impulso hacia la democratización de la arquitectura. Y de la vida cotidiana. Reclamaba políticamente por la justicia y también por el derecho a la belleza. Decía que no hay familias tipo, ni viviendas tipo, y que la arquitectura omitía lo más evidente: escuchar a las personas, sus necesidades, sus demandas. Alguna vez nos contó su aventura en Ushuahia, donde puso una mesa en la calle como si fuese un consultorio para que todo el que tuviese algún problema en su vivienda, en su barrio, en su asentamiento, pudiese ir a preguntar y llevarse una propuesta. Impulsó esa práctica también en la Facultad de Arquitectura, con estudiantes de sus cursos realizando gratuitamente proyectos para quienes se acercaran a consultar de qué modo mejorar su medio ambiente.
“Mi sueño es que la arquitectura sea eso, un trabajo con las familias para que la vida sea mejor”.
Rodolfo Livingston
Cuando hablaba así, la arquitectura empezaba a parecerse a una actividad médica, de salud pública. Una vez me dijo: “Los psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas, deberían pagarle un tributo a los arquitectos por haber vuelto loca a la gente con esas jaulas de uno o dos ambientes que hay en los edificios de las ciudades”. Se quedó pensando: “Bueno, en realidad tendrían que cobrárselo a las empresas que construyen esos lugares. Parecen edificios, pero son como cajas de seguridad”.
Contaba que una vez una familia estaba viendo uno de esos departamentos y el niño, con la sabiduría del caso, dijo: “Este lugar no tiene afuera”. Rodolfo: “Y era tal cual: no tenía balcón, patio, jardín, vista. El chico se había dado cuenta de todo”. El cuestionamiento de Rodolfo no era decorativo: ayudaba a hacer mejores lugares donde vivir, pero entendía que el lugar que había que cambiar, refaccionar, aprender a mirar de nuevo y reconstruir con el cerebro colectivo es el mundo. Escribió en uno de sus ensayos: «Es tan irracional creer en las brujas o en el Rey Sol como creer en el neoliberalismo, cuyas consecuencias nefastas sobre la humanidad y sobre el planeta son cada día más evidentes». En 2001 y 2002 salió a las calles a escribir crónicas sobre la sociedad que estallaba, las asambleas, el trueque, los cacerolazos, la sociedad en movimiento.
Imaginó la creación de un aparato virtual, el felizómetro/sufrinómetro, para medir qué cosas de un hogar causas felicidad a sus habitantes, y cuáles sufrimiento. Es una cuenta pendiente aplicar el felizómetro/sufrinómetro a nivel social en estas curiosas tierras. “Que se piense el bienestar de la gente de acuerdo al Producto Bruto es, efectivamente, de brutos”, me dijo una vez en el programa radial Decí MU.
Y planteó: “La dimensión social de la felicidad es importante para completar la felicidad humana. Es una necesidad de una persona sana”.
¿Cuál es el milagro del universo?
Escribió en Anatomía del sapo un ensayo del mismo nombre en el que plantea: “Lo más difícil de comprender no es la existencia del sistema neoliberal, sino que tantos millones de personas se lo hayan creído”.
Allí escribió en 2002: “Mucha gente cree que está informada ‘minuto a minuto’, por medio de satélites, móviles y otras urgencias, precedidas por el toque de clarines cuando, en realidad, casi nadie entiende lo que ocurre ni lo conecta (…). Pero estamos acostumbrados a no entender y a seguir viaje como si nada”.
Cuestionaba allí el darwinismo social (aclarando que Darwin es inocente) según el cual el motor del avance es la competencia. “En este punto, muy poco revisado por cierto (los sapos se tragan enteros) se apoya todo el andamiaje liberal. Según esta trasposición veloz, la competencia entre una multinacional y un pequeño productor argentino, vendría a ser lo mismo que el combate entre dos ciervos por una hembra. Que gane el más apto y todo irá bien”.
Su respuesta: “La armonía en lugar de la lucha. No es en el predominio brutal del más fuerte donde reside el milagro del universo, sino en la unión armónica e inteligente de sus partes”.
“Los átomos se unen formando las moléculas, y esas, a su vez, los órganos de animales asombrosos y disímiles como una langosta de mar, un pájaro, un hombre. Los animales son (¡somos!) interdependientes con el reino vegetal, ampliándose todo hasta llegar a la estrellas, hechas con los mismos átomos que forman la tinta de estas letras”.
“Pero al comité Central de Administración del Mundo (FMI, BM, EEUU.) no le gusta que refuten su desvencijado paradigma. Según él, necesitamos ‘ayuda’ para remediar lo mal que aplicamos ‘la libertad de los mercados’. Se le presenta un solo problema: nos estamos avivando”.
El humanista social de la arquitectura tenía una manera de comunicar que bajaba del pedestal al arquitecto para materializar casas para los ciudadanos de carne y hueso. Murió a los 91 años.
Hacer arquitectura para la gente fue su mayor rebeldía. Rodolfo Livingston, un innovador con todas las letras, fue y será el “arquitecto de familia”, lo opuesto a la arquitectura de edificios que prevalece desde el siglo XX. La función más importante de la disciplina era, como lo afirmaba una y otra vez, “la creación de escenarios que permitan y que ayuden al desarrollo de escenas felices, que en la vivienda familiar son ceremonias, como hacer el amor, dormir, bañarse, comer y cocinar, mirar el exterior, creando lugares intermedios, sombras, galerías, luz natural y artificial, ‘nietódromos’, ‘enojódromos’”. El renombrado arquitecto y urbanista que desarrolló el “Método Livingston”, un revolucionario sistema de trabajo caracterizado por “la atención de familias” y por escuchar lo que el cliente quería, murió a los 91 años mientras estaba de vacaciones en la costa atlántica.
Humanista social
El humanista social de la arquitectura tenía una manera de comunicar que contagiaba su entusiasmo por bajar del pedestal al arquitecto y materializar casas para los ciudadanos de carne y hueso. “El no pensar en el carácter de escenario de los ambientes que constituyen una vivienda, aun con pocos metros, cede su lugar a las explicaciones de la obra que dan sus autores y las revistas especializadas, abstracciones tales como ‘la fachada juega con’, ‘la escalera se acusa’, etc., etc., todas dirigidas al dibujo con ausencia de los destinatarios de la casa, que no figuran en los relatos ni en las fotos y que no se manifiestan, pese a que debiera considerarse importante su opinión. ‘¿Quién puede hablar con mayor acierto del timón de una embarcación (dijo Aristóteles) ¿el carpintero que lo construyó o el timonel? Es hora de que los timoneles y los marineros recuperemos nuestro barco”, escribió en una contratapa para este diario.
Livingston (Buenos Aires, 22 de agosto de 1931) promovía un cambio absoluto en la manera de entender y practicar la profesión a través de la formación de un nuevo tipo de profesional, el arquitecto de familia. Atender las necesidades de la familia es un rubro en el que sobra trabajo, según planteaba. Cuba fue como su lugar en el mundo; siempre recordaba que estuvo 31 veces en la isla. La primera vez fue en 1961, cuando viajó a un Congreso Latinoamericano de Arquitectos. Se quedó dos años y construyó un barrio en Baracoa. Como suele suceder, al principio lo rechazaron, pero después, apelando a un sentido del humor que cultivaba de una manera excepcional, logró filtrar sus teorías e ideas. “Llegué a tener algo de trato con Fidel Castro y conversé puntualmente con él. Tenía interés sobre todo en la construcción, en cómo construir bien y cómo hacerlo para garantizar un acceso de todo el mundo a la vivienda”, recordó en una entrevista con el arquitecto Freddy Massad.
Alma cubana
A principios de los 90, viajó por toda Cuba buscando la utopía de una arquitectura de raíz social. Sus conferencias y talleres impactaron en cientos de profesionales. Recuperó el sentido humanista de la arquitectura cubana, que se había perdido en la centralización y sovietización de la construcción comenzada en los años setenta. Livingston, que supervisó la aplicación del programa Arquitectos de la Comunidad en Cuba, se enamoró de la “revolución humanista”, como la definía. “Mi alma es cubana”, reconocía el autor de El país es socialista y no está en coma, Cuba existe, Cuba rebelde, el sueño continúa, Arquitectura y autoritarismo, El Método, Memorias de un funcionario y Cirugía de casas, que superó las dieciséis reimpresiones, entre otros libros que publicó. “El animal que mejor serviría para describir a Cuba es el ornitorrinco: un mamífero que pone huevos, porque Cuba es una mezcla porque utiliza elementos del capitalismo pero es socialista. Coexisten –explicaba el arquitecto–. Cuando se publican estadísticas de enfermedades o cualquier otra cosa, a Cuba la eluden. Nunca se la incluye, como si no existiera, pero yo insisto: Cuba es socialista y no está en coma. A los capitalistas que conducen el asunto, como las grandes empresas y líderes políticos, les cuesta aceptarlo, pero es así”. Un arquitecto diferente
Nunca temió manifestar con claridad sus opiniones. Jamás demostró el menor entusiasmo ante la arquitectura de Ludwig Mies van de Rohe y Le Corbusier, a pesar de que se recibió en 1956 y entonces eran las máximas referencias de la arquitectura moderna. Aunque fue el niño rico de una familia descendiente de anglosajones, criado entre varias institutrices, apenas empezó la carrera de arquitectura supo que quería ser un arquitecto diferente. Muchos recuerdan la respuesta memorable y desafiante a Bernardo Neustadt, periodista de cabecera del gobierno de Carlos Menem. En un programa sobre el maltrato invitó a varias personalidades, entre las que estaba Livingston.
Cuando Neustadt le preguntó: “¿Hay maltrato en la Argentina?”, el arquitecto le respondió: “Este mismo programa es una fuente de maltrato”.
Rodolfo Livngston
Dirigió el Centro Cultural Recoleta en 1989, fue columnista en Juventud Rebelde (Cuba), en Caras y Caretas, Humor, Página/12 y Tiempo Argentino. En 2017 recibió la distinción de Personalidad Destacada de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. “Si diseña el edificio donde se asentará un organismo público, como el Instituto de Astronomía y Física del Espacio (1981), lo hace de ladrillos. Y con paredes oblicuas, teniendo en cuenta la orientación, para que las ventanas reciban sombra a la hora en la que el sol está más alto. Livingston no implanta edilicios. Diseña construcciones únicas, singulares, a la medida de los deseos de quienes las habitan. Construcciones que son como él”, planteó el crítico Horacio Bernades sobre el documental de Sofía Mora, Método Livingston (2019).
Livingston ayudó a mucha gente a vivir mejor. En una sociedad cada vez más desigual, la figura del último humanista social de la arquitectura vibra con la intensidad de una rebeldía que no se apaga.
La organización convocó a marchar el próximo jueves -como todos los días de esa semana- para homenajear a la referente de los derechos humanos y presidenta de Madres.
Unas pocas horas después de que se confirmara la muerte de Hebe de Bonafini, su histórica organización, Madres de Plaza de Mayo, convocó para el próximo jueves a una nueva ronda para homenajear a su presidenta y referente mundial. Lo hizo a través de una emotiva publicación en redes, que da cuenta cómo Hebe había pedido que se celebre su funeral.
La emotiva palabra de Hebe
Quiero que me recuerden como una madre que luchó por los 30.000 desaparecidos, de 30.000 hijos, o muchos más a lo mejor que nunca sabremos la cifra real. Una mujer común que lava, plancha y cocina.
No soy nada de otro mundo. Sobre todo eso, que no me hagan otra que estoy que soy. No me gustaría.Por eso digo que el día que yo muera no me tienen que llorar, tienen que bailar, que cantar, que hacer una fiesta en la Plaza. Porque hice lo que quise, dije lo que quise, y peleé con todo por lo que quise.
Murió Hebe de Bonafini. Exactamente dentro de dos semanas hubiera cumplido 94 años. Presidió la Asociación Madres de Plaza de Mayo y fue figura siempre relevante en distintos momentos del país.
Es posible que cada persona ya tenga una posición totalmente formada -a favor o en contra- sobre una mujer rebelde, polémica, irritante y contradictoria. O entrañable, valiente y sincera, según quien la mire. Una de sus frases favoritas fue: «El otro soy yo».
De las múltiples charlas y entrevistas de lavaca con Hebe, elegimos para homenajearla esta nota de abril de 2004, en la que explica su apoyo y su relación con Néstor Kirchner, a quien había tildado como fascista. Habla de la izquierda, los piqueteros, la política, los salvavidas de plomo. el ser ama de casa, la democracia. Los cartoneros y su miedo. El 19 y 20 de diciembre, su idea de la revolución, un accidente casero que la había dejado contusa. Un modo más de conocer de cerca una mente hiperactiva y frontal, y a una mujer que se supo ganar un lugar en la historia de la política y los derechos humanos.
Hasta siempre, Hebe.
La izquierda nunca entendió a las Madres
Dice que este es un momento lindo, distendido. Que siempre soñó que «uno de nuestros hijos iba a ser Presidente», pero nunca pensó que iba a suceder tan rápido. Que Kirchner es inteligente y tierno. Que los partidos de izquierda no saben ver el nuevo mundo político. Que los museos de la memoria y los juicios por la verdad son mentiras. Que pagar la deuda externa es violar los derechos humanos. Y que si no hay igualdad, la democracia no existe. Hebe, a los 75 años, sigue rompiendo paradigmas. «Las Madres siempre hicimos lo que quisimos».(Por Sergio Ciancaglini).
Hebe de Bonafini, rodeada de íconos del Che Guevara, Salvador Allende, retratos de desaparecidos y símbolos de diversas luchas antiimperialistas; después de haber homenajeado al presidente Néstor Kirchner con una alabanza que en su caso no tiene precedentes, sonríe con una placidez inédita cuando escucha la pregunta:
–¿Alguna vez soñó que iba a ser oficialista?
-Me la pasé diciendo que Menem, Duhalde y Kirchner eran la misma mierda. Y después tuve que ir a decirle: «Señor presidente, me equivoqué, yo dije que usted es la misma mierda que los otros pero no: usted es totalmente distinto». Y se lo reconocí así, sinceramente. Las Madres somos muy libres para decir lo que pensamos. En un discurso, hace años, dije que alguna vez un hijo nuestro iba a cruzar la plaza, y se iba a sentar en el sillón para ser presidente. Y ahora él me contó que el 24 de marzo de 1976 ya empezó a pensar que quería llegar a presidente. Lo que no soñé es que algo así iba a ser tan rápido.
-Frente a este cambio suyo, la izquierda.
-(Interrumpe) Ah no, la izquierda nunca entendió nada. Y menos a las Madres. La izquierda tardó siete años en venir a las marchas y ahora no sé cuánto va a tardar en entender. Siempre vinieron a criticar y a querer cambiarnos el pensamiento. Y nunca les dimos bola.
–¿Pero en las rondas siguen escuchando La Internacional?
-Muchas veces.
–¿Cómo podría describirse entonces la posición de Madres? ¿Pragmática, al apoyar a Kirchner, o ideológica?
-Es ideológica. Las madres nos sentimos de izquierda. Pero no de los partidos de izquierda. A la vez al presidente lo veo como a alguien muy seguro, con mucha ternura, muy inteligente. Hace cosas muy fuertes. Casi utópicas. Aunque claro, tiene muchos salvavidas de plomo.
Hebe de Bonafini -la presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo- camina despacio y rengueando. La más inesperada expresión de kirchnerismo explícito asegura que se sigue sintiendo revolucionaria, de izquierda, y un ama de casa.
Las amas de casa son personas que asumen tareas inhóspitas y riesgosas, que harían recular a más de un revolucionario. Por ejemplo, limpiar heladeras o enjabonar pisos. «Estaba ayudando a mi hija a limpiar la heladera, el piso estaba jabonoso, se me fue la pierna y me fracturé. Por suerte fue la tibia y no la cadera».
Ocurrió en septiembre del 2003.
Hebe -que el próximo diciembre cumplirá 76 años- comenzó a incorporar un extraño ritmo de vida a su extraño ritmo de vida.
-Atendía a la gente aquí, en la Casa de las Madres, boca arriba en una cama. A los actos iba en silla de ruedas y después, con bastones canadienses. Durante tres meses necesité asistencia permanente para todo: bañarme, mover el intestino, lavarme. De día me atendían acá las otras Madres. De noche, una enfermera. Los viernes me llevaban en ambulancia a La Plata y me quedaba con mi hija Alejandra hasta el lunes, y ahí volvía en ambulancia.
La Casa de las Madres queda en el edificio de la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo, frente a la Plaza de los Dos Congresos. Se entra por el café literario Osvaldo Bayer. Hay un timbre. No es una puerta abierta a cualquiera en un lugar donde las amenazas ya son parte de la música cotidiana. En los últimos días se trató de un «Comando 24 de marzo». Cuenta Hebe: «Son los mismos de siempre. Lo hacen para jaquear al presidente. A él también lo han amenazado, y a los ex detenidos. De todos modos no quiero que me custodien, que cuiden mi casa, acá, ni nada. Porque yo puedo tener eso, ¿y los demás qué?»
El escritorio de Hebe está invadido y revuelto por la instalación de aire acondicionado en ese sector del edificio que es muy seguro, pero muy cerrado (los diarios balbucearían que se trata de un «bunker»). La conversación fluye fuera de esa oficina, pero de pronto la señora de Bonafini salta alarmada: «Me van a reventar al Che» dice cuando ve que mueven un escritorio con un busto sonriente de Ernesto Guevara, rescatado a tiempo.
Hebe habla a toda velocidad, casi nunca duda, y propone que la charla sea «cariñosita». Tiene una mirada de una inteligencia y un sentido del humor que no suelen emerger durante sus arengas públicas. Una curiosidad: jamás, en más de una hora de charla, mencionó a Kirchner por su nombre. Sólo habló de «él» o de «el presidente».
–¿Quiénes son esos salvavidas de plomo del gobierno?
-Scioli, Lavagna, Duhalde, gobernadores como Solá o Romero. Nosotras creemos que es un tipo (Kirchner) que está muy bien, con gente que trabaja muy bien, pero estos otros son un desastre, el fascismo total, pero bueno, él tuvo que juntar aliados para llegar a donde llegó. Creemos que es muy inteligente y que está haciendo un muy buen trabajo.
–¿Cómo analiza a la situación política?
-Tiene varias partes. En derechos humanos el presidente ha hecho cosas totalmente sorpresivas y nada demagógicas. Y por otro lado está el pago de la deuda, que para nosotras es una violación a los derechos humanos. Cada peso de deuda que se paga es un chico que no come, o alguien sin trabajo. Con Eduardo Barcesat tenemos hecho un trabajo que demuestra que la deuda ya fue pagada una vez y media. Vamos a llevárselo al presidente.
-A quien usted trataba como uno más de esos que llama fascistas.
-Sí, y por eso se lo reconocí personalmente. «Yo dije que usted es la misma mierda que los otros, pero por lo pronto aquí no vi a ningún policía». En la época de De la Rúa, además, en la Casa Rosada me amenazaron de muerte.
–¿Cómo ocurrió?
-Había ido a llevar un pedido de audiencia y un tipo de civil me dice en voz baja: «¿No sabés que te vamos a reventar, hija de puta?» y yo le grité «¡Decímelo en voz alta!» pero se dio vuelta y se mandó a mudar. Y ahora estaba en la Casa Rosada con un presidente que nos atendía, estaba de acuerdo con nosotras y que, además, era distinto. Hizo cosas muy rápido. El documento de identidad gratuito para todos los chicos me pareció una cosa extraordinaria. Y el descabezamiento de las cúpulas militares y policiales. Hacía reuniones con los organismos de derechos humanos a las que nosotras no queríamos ir. Pero después me llamaba a mi casa y me contaba lo que habían hablado. Me dio un lugar que yo no me había imaginado. Llamarme a mi casa.
-Todo un romance político.
-Más que romance, es mutuo respeto. Me invitó, por ejemplo, al Salón Blanco cuando la hermana presentó unos planes sociales. Yo estaba atrás, sin querer llamar la atención porque soy una persona muy discreta.
-Hebe…
-En serio. Fijate que me estaba yendo, cuando me llamaron diciendo «no te vayas que el presidente quiere verte» y él dio toda la vuelta al Salón Blanco para saludarme. Una gran gentileza. Y digo: si hay una cosa diferente, una pequeña puerta abierta, tenemos que mantenerla así, con una relación con el presidente. Yo le dije: nunca le voy a mentir, le guste o no le guste, y espero que usted no me mienta. Si me miente vengo y lo denuncio. Y él dijo: no voy a mentir.
Yo le cuento todo lo que hago. Que tenemos relación con algunos grupos piqueteros como para que nadie le diga «mirá lo que hacen las Madres». Le cuento también que la Universidad es ilegal.
–¿Ilegal?
-Claro, no la tengo legalizada ni le pienso pedir un peso a nadie. Los títulos que damos no son oficiales. Son títulos de amor y de lucha, y por suerte a los que salen de aquí les dan trabajo. Ahora nos han ofrecido desde la Sorbona, de Paris, hacer algunas cosas con la Universidad, así que capaz que crece para otros lados. A veces pensamos legalizar una parte. Nos han ofrecido hacer una carrera de Derecho con Derecho Internacional Público, pero no podés recibirte de abogado sin un título válido. También nos ofrecieron una carrera paramédica. Pero es como cuando crías un hijo: no hay un libro que te explique todo. Esto es un hijo de cuatro años largos, tenés dudas, cosas que te andan mal, o bien, muchos que te dan consejos, o se quieren quedar con una parte, pero bueno: seguimos. Y el presidente sabe todo. Para mi es un momento muy lindo, distendido. Antes me agredían todo el tiempo y ahora, abren las vallas especialmente los jueves para que hagamos la ronda. Imaginate.
-Si antes opinaba que Kirchner era lo mismo que Duhalde, ¿era por un prejuicio suyo? ¿O tenía razón, y Kirchner cambió?
-Era un prejuicio mío. Yo decía: peronismo es fascismo puro. No conocía a peronistas de izquierda. Sé que había muchos, pero los mataron a todos. No había visto resurgir a ninguno con las ideas como las del presidente, que reivindicó a los ‘70, a nuestros hijos y su lucha. Todo eso me parece increíble.
–¿Nunca otro presidente intentó acercarse?
-Con Alfonsín estuvimos dos veces.
–¿Pasó algo?
-No, un tipo muy mentiroso, Alfonsín. Nos dijo que había desaparecidos con vida y le dijimos que los recuperara. Después nos recibió de nuevo y nos mostró unos papelitos que parecían de supermercado. Eran del Ejército contestando que no tenían ningún desaparecido. ¿Y qué le iban a contestar? Era ridículo. Después, nos citó a las madres de todo el país. Vinimos de todas partes y él se había ido. No nos recibió. Ahí tomamos la casa de gobierno durante 24 horas.
Con Menem no estuvimos nunca, y con De la Rúa tampoco. Le pedimos, pero nunca nos atendió y encima, cuando fui a la Casa Rosada me amenazaron. Le sacamos fotos al tipo, pero el gobierno no hizo nada. Así que nunca nos reunimos con otros presidentes.
-Pero sí con Rodríguez Sáa.
-Eso no fue un presidente, fue un aborto de la naturaleza.
–¿Y cómo vive el cuestionamiento que le hace la izquierda?
-¡Tenés que ve los mails que me mandan! Una maravilla. Ni te hablo de los partidos trotskystas, dicen de todo de mí. Ya les tengo lástima, se la pasan discutiendo en los cafés, pero solamente pueden repetir lo que estudiaron en un libro porque no saben ver el nuevo mundo político.
Nos pasó siempre. Venían a decirnos lo que teníamos que hacer. Y siempre hicimos lo que quisimos. El PC (Partido Comunista) en una época decía: «Las madres no saben hacer política. Videla y Viola son democráticos». Yo no me olvido de eso. Pero ojo, estoy hablando de la izquierda organizada en partidos. No la otra, la cantidad de gente que es de izquierda como me siento yo, pero no está en ningún partido. ¿Y sabés por qué? Porque los partidos mienten. No entienden nada de política. Me acuerdo cuando dijeron que el 19 y 20 de diciembre hubo una revolución, y organizaron una gira diciendo que estaban juntando comida para mandar compañeros a luchar al monte. ¿A qué monte? ¡A Palermo! Me venían a preguntar de afuera, y me daba vergüenza. Todo una gran mentira.
–¿Pero cree que el 19 y 20 fue un hecho revolucionario?
-Claro, fue un acto revolucionario, pero no una revolución. Y también era mentira lo de «piquete y cacerola, la lucha es una sola».
–¿También?
-Claro, porque no era una sola lucha. Estaba el mismo enemigo, pero no es lo mismo que tengas nueve hijos que se te mueren de hambre, que tener 10.000 dólares en el corralito.
–¿Cómo vivieron esos días?
-Terminamos en el hospital. Nos pegaron a lo bestia. Fuimos a la Plaza, nos pusimos brazo con brazo y empezaron a atacarnos con palos y los caballos. A mi me cruzaron la barriga a palazos. (En Crónica de un saqueo, película de Pino Solanas, toda esta situación puede verse maravillosamente filmada). Nosotras gritábamos: «La plaza es de las madres y no de los cobardes».
-Hablábamos de los piquetes, ¿qué opina de las agrupaciones piqueteras?
-Hay algunos que son rescatables y respetables, que han aceptado la propuesta del presidente de hacer cooperativas, emprendimientos, huertas, todo eso. Y están los que piden de todo, pero no aceptan nada. Piden plata, aumento de los planes, bolsas de comida, pero después no aceptan nada de lo que el gobierno les propone. El problema es que los partidos políticos de izquierda armaron piqueteros. Me critican por haber dicho eso. No es que digo que el hambre la generaron los partidos políticos, sino que usaron a los piqueteros, agarraron esa idea como buena para conseguir votos. Encima les fue para el diablo. Nada de votos, y cada vez tienen menos.
-Pero Hebe, no todos los piqueteros son de ese tipo.
-Y por eso te decía que colaboramos con varios de ellos y con sus emprendimientos. Pero lo que digo es que los partidos políticos no pueden tener piqueteros. La CCC tiene unos, el PO tiene otros. Cada uno tiene uno, y así se desnaturaliza el piquete. Una cosa son los piqueteros reales que van a las marchas, y otra los dirigentes. No podés tener trabajo y casa, y dirigir un piquete.
Se distorsiona todo si hay dirigentes que se la pasan hablando por televisión y tienen casa, auto y trabajo. No está mal tener esas cosas, pero no sos un piquetero. Es lo mismo que si la dirigente de los desaparecidos fuese una madre sin hijos desaparecidos.
-Otro símbolo fuerte de la relación con Kirchner fue el hecho de haberlo visitado sin el pañuelo.
-Me han dicho de todo, que le entregué el pañuelo al presidente, que ya no era una Madre. Pero la verdad es que fue pura casualidad, totalmente inocente.
-Hebe…
-Mirá, unas mujeres lo habían visto al presidente. Estaban muy acicaladas y cuando me vieron me empezaron a abrazar y a dar besos, y me llenaron de rouge el pañuelo. Me pareció una falta de respeto entrar con un pañuelo sucio, y me lo saqué por eso. Ahí se armó toda la bola. Se ocupan mucho de mí.
-Los gestos pueden interpretarse.
-Es como lo de los gobernadores. Todo el mundo cree que yo empecé el lío ese (por la concurrencia al acto en la ESMA, el 24 de marzo último). Yo dije lo que pensaba. Si ellos van, nosotras no. ¿Cómo vamos a ir con tipos que ahí se blanquean? ¿Los mismos que apoyaron a la dictadura ahora son luchadores de los derechos humanos?
-El mismo 24 ustedes marcharon con los demás organismos de derechos humanos, cosa que hace años no ocurría. ¿Hay algún acercamiento?
-No, lo que pasa es que los que llamaron a la marcha no fueron los organismos sino otras agrupaciones como detenidos (ex detenidos-desaparecidos) y la Liga por los Derechos del Hombre, con los que yo tengo más relación. En el documento propusimos dos correcciones, las aceptaron, y fuimos. Lo que no hice fue ir al frente. Nunca acepté participar con los otros organismos en el frente de la marcha, porque mi lugar está con las Madres. Y tampoco acepté el sorteo para ver en qué orden se organizaba la marcha. Están todos locos. Yo no hago esas cosas, y fuimos donde se nos antojó. El lugar en el que estás tiene que definirse por lo que hacés, y no porque te sortearon.
–¿Y cuál es la relación con los organismos de derechos humanos?
-La que tenemos con la Liga, con exdetenidos, pero ni con Abuelas, Familiares ni Madres Línea Fundadora. Más que nada porque han sacado solicitadas en contra mía. Yo nunca haría eso. No tenemos nada que ver. Que cada uno haga lo que quiera. Tampoco participo en ninguna comisión con el gobierno. No acepté nada de la memoria, de esto o de lo otro.
–¿Pero qué opina del museo en la ESMA?
-No estamos de acuerdo con el museo. Proponemos una escuela de arte popular, para hablar del pasado, el presente y el futuro, más que del horror. No tenemos nada que ver. Eso lo va a hacer el gobierno con los organismos. Pero yo no voy a llevar nada de mis hijos a exponer, porque te digo la verdad: no creo que vaya a ser un museo verdadero.
–¿Por qué?
-Porque ya vi otros museos de los organismos, y ahí no van a estar los FAL (fusiles) que usaban nuestros hijos, ni las estrategias que usaban cuando ellos quisieron hacer la revolución. Siempre pensé en mis hijos como guerrilleros y revolucionarios, con un gran orgullo. Si en un museo no va a estar cómo fue la organización, las luchas que hubo, los hechos que realizaron, no sirve.
-Pero la mayoría de los desaparecidos eran militantes que no usaban FAL.
-No usarían FAL, pero trabajaban para la revolución, apoyaban la revolución armada. De mis dos hijos, uno alfabetizaba, y el otro estaba en la lucha armada. Pero los dos trabajaban para la revolución, y en el mismo partido.
–¿Cuál era?
-Nunca lo dije ni lo voy a decir. Eran revolucionarios. El que alfabetizaba estaba abriéndole la cabeza a la gente para que piense, se comprometa, se haga revolucionaria. Y el que usó las armas es porque creía en la revolución. Un revolucionario nunca es terrorista. Es alguien que quiere el bien del pueblo para que otros vivan, coman y sean felices. El terrorista es el Estado que reprime, el otro es una respuesta prevista en la propia Constitución.
–¿No cree que haya habido militantes y revolucionarios que no creían en la lucha armada?
-No, porque la revolución es siempre armada.
-Las Madres, entonces, no serían revolucionarias.
-Está bien, yo me siento revolucionaria sin haber usado nunca las armas, pero creo en la revolución armada. Hacemos actos revolucionarios. Abrir una universidad, por ejemplo.
-Buen ejemplo, y no hay armas.
-Pero eso tiene que ver con lo que uno piensa de la revolución. Con el paso a paso. Yo no sé si alguna vez habrá una revolución en este país, pero tenemos que tratar por todos los medios de ser lo más rebeldes posible. Y acá a la rebeldía se la quiere aplastar. Se habla de un chico rebelde como que es un mal pibe, y es al contrario.
Tenés a Chávez, en Venezuela, que hizo una revolución sin las armas, pero están armados por si los atacan. Fidel no anda tirando tiros. ¿Cómo se defienden sin armas?
-El argumento contrario es que la guerrilla se burocratiza y termina siendo un nuevo foco de poder concentrado y autoritario.
-Habría que probar. Lo que no se puede es copiar. Ni a Marcos, que también hizo lucha armada, ni a los cubanos, ni a Chávez, que convirtió a la policía en gente como la gente. Cada uno, cada país, hace algo diferente. Para mí hay que hacer lo más parecido a lo que querían nuestros hijos: amar el saber, decirle a la gente que se tiene que preparar para defenderse. (Hebe se adelanta mirando más de cerca, más fijamente, y en voz más baja) . Porque cuando sos ignorante, es terrible. A mi me pasó. Mi ignorancia me dejó dos soledades enormes. La de la falta de mis hijos, y la propia soledad de ser ignorante. No sabés cómo defenderte. Te avergonzás.
–¿Cómo era esa ignorancia?
-Imaginate, las Madres me mandaron a un congreso en Ecuador en el 78. Yo no sabía qué era la palabra «evaluación». No sabía lo que era una «síntesis». Si escuchaba no escribía. Si escribía no escuchaba. Me habían regalado una agenda, y no sabía para qué carajo servía. Te lo juro, no te rías. Se la regalé a mi hija. En la perra vida había usado algo así. Y eso te da mucha soledad, te sentís indefenso.
-Me reía porque yo tampoco sé usar las agendas. En todo caso, usted era un ama de casa.
-Y sigo siendo. El otro día me tenían que hacer una nota por radio, querían llamarme al mediodía y yo dije: «pero si te atiendo a esa hora, se me puede quemar la comida». El tipo no entendía nada. Debía creer que yo vivo sentada en un sillón con un negro que me abanica.
-Al reivindicar la lucha armada se puede pensar que la está proponiendo como un programa para los jóvenes actuales. ¿Es así?
-No, para nada. Los chicos de hoy están lejos de eso. Y además hubo errores en aquella época. Pero como no están los que hicieron la revolución, yo no soy quién para decir que hubo cosas que no estaban bien. Había mucha ingenuidad. Qué sé yo: mi nuera andaba de acá para allá con una raqueta de tenis con un embute.
-Embute.
-Claro, volantes y papeles que llevaba escondidos en la raqueta. Y salía a cada rato. Yo le decía: «María Elena, ¿quién te va a creer que vas a jugar un partido de tenis cada dos horas? Si te están mirando, saben que estás haciendo algo. Esto que te cuento es una pavada, si querés, pero te muestra la ingenuidad.
-En las cosas cotidianas se entiende mejor la realidad que en los discursos.
-Mirá, en la casa de mi hijo estaba la imprenta para los volantes y publicaciones del partido. Hicieron un pozo para ponerla. Sacaron tierra hasta matarse. Todos los vecinos sabían que algo pasaba porque había un tolderío y un lío que ni te cuento. Después le pidieron a mi marido que sacara la tierra. Mi marido no tenía auto, y consiguió que le prestaran uno. Era anaranjado. Mi hijo decía: «Papá, ¿no conseguiste otro color?» todo el mundo veía cómo cargaban bolsones de tierra en un auto anaranjado y entraban paquetes y bolsas con los materiales para la imprenta. Bueno, esa también es la historia. Y capaz que me equivoco, pero no creo que esa historia esté en el museo. (Hebe recuerda lo del museo, y se le frunce la nariz) Además: ¿cuántas veces vas a un museo? Una, y gracias. En cambio a una escuela de arte popular vas todo el tiempo porque siempre puede haber cosas distintas, bailes, música, pintura, teatro. Para museo ya es suficiente con nosotras, que somos viejas.
-Ustedes se entusiasman con Kirchner, pero hasta hace poco planteaban que la democracia es poco menos que inservible. ¿Cambió esa noción?
-Es que no conocemos la democracia. Mirá, para mí la democracia es igualdad. Y mientras yo pase por una esquina y vea a los pibes comiendo las basuras que tiran de una casa o un restaurante, para mí la democracia no sirve para una mierda. (Hebe vuelve a adelantarse, como confesando algo) ¿Vos sabés que yo a los chicos de la calle, a los cartoneros, no les pregunto nada nunca? Pero no porque no me animo, sino porque le tengo miedo a la respuesta.
–¿Qué imagina?
-Qué sé yo. A veces, a la noche, pasaba y los saludaba. La gente los esquiva, esconden la cartera. Pero los cartoneros son más buenos que nosotros. Entonces les decía: qué tal, buenas noches. Y uno un día me dijo: «buenas noches para usted que va a dormir en una cama, para mí no, porque me voy a cagar de frío». Me quedé dura. Por eso nunca les pregunto nada. Le tengo miedo a la respuesta.
Para mí, eso es lo peor. Es mucho más preocupante que un pibe se prostituya, que si sueltan a Etchecolatz o lo condenan. Me importa un culo eso (Miguel Etchecolatz, ex comisario de la bonaerense y mano de obra barata del general Ramón Camps, recientemente condenado a siete años de prisión por violaciones a los derechos humanos).
–�Qué opina de esa condena?
-Lo que dije: me importa un culo. Pasaron muchos años, no voy a andar atrás de esos juicios. Lo que quiero es formación, trabajo, educación, he entregado lugares y apoyado a los piqueteros de Roca Negra (fábrica abandonada, en Lanús, ocupada principalmente por el MTD de Solano). Yo no tengo que ir a esos juicios. Los juicios de la verdad son una mentira. Se burlan. Todo el mundo quedó deprimido con la condena a Etchecolatz porque fueron nada más que siete años. Yo entonces ni voy, porque lo que querría es agarrar un palo y pegarle en la cabeza. Los tipos encima te miran con sorna.
–¿Pero decir que son una mentira?
-Son mentiras. Por eso se llaman de la verdad. Porque si fueran juicios de verdad, tendrían castigo. ¿Eso qué es? ¿Que el tipo que torturó a mi hijo diga «sí, lo torturé» y después se vaya a su casa, yo a la mía y el juez a la suya? ¡Por favor! No se puede hacer eso. Capaz que soy muy rígida, muy dura, por eso no me quieren.
-Salvo en el gobierno.
-Es que hay que reconocer la valentía del presidente cuando dijo «proceda» a Bendini (jefe del Ejército) para que descuelgue los cuadros de Videla y Bignogne en el Colegio Militar.
-Otra vez los símbolos.
-Pero ese es u símbolo de grandeza. No me da vergüenza decirlo.
–¿Cuáles era sus ideas políticas, de joven?
-Nada. Mi papá era radical. Mi hermano peronista. Imaginate los almuerzos en casa, una masacre. Papá decía: ¡Callate y no me discutas! Tenía un primo montonero (guerrilla que se declaraba peronista), que mató la Triple A (grupo parapolicial peronista, gestado por el ex ministro de Juan Perón, José López Rega).
Pobre papá, cuando fuimos a ver a Balbín (Ricardo Balbín, jefe de la Unión Cívica Radical) con Azucena Villaflor (fundadora de Madres de Plaza de Mayo, luego desaparecida) por el tema de nuestros hijos desaparecidos, Balbín nos dijo: «Yo no voy a permitir que unas mujeres de mierda me digan qué es lo que tengo que hacer. Cuando se lo conté a mi papá, decía: «No hija, es un buen hombre, vos seguramente lo trataste mal». ¡Me lo defendía a Balbín! Mi marido no tenía partido y yo me casé muy jovencita, en una época donde las mujeres hablaban de cocina. Cuando había golpes de Estado, sabías que había que salir corriendo a comprar fideos y leche para los chicos. Los hombres hablaban de política, fútbol y básquet. Y las mujeres en otra mesa, hablando de otra cosa.
-Volvamos a la actualidad: ¿este es un gobierno fuerte, o débil?
-El presidente está todos los días diciendo «ayúdenme, ayúdenme». Lo necesita. Creo que tendría que abrirse más todavía para que toda la gente que lo quiere apoyar pueda hacerlo.
-Los editoriales llaman a eso «transversalidad».
-Ah, no sé qué es eso.
-Que Kirchner se alíe a no peronistas.
-Pero son palabrejas. Es como cuando hablaban de «transparencia». Te choreaban, te afanaban, y todos hablaban de transparencia, empezando por el Frente Grande. No sé qué es transversal, esas palabras no me interesan.
–¿Vota?
-Nunca. Voté de jovencita, y nunca más.
–¿Ahora votaría?
-(Se queda mirando la imagen de Salvador Allende) Por ahora no. Porque no voto esas listas sábanas. Son como las redes de los pescadores. Las tirás al agua para pescar pejerreyes, truchas, pescados ricos, y después te salen sábalos, pirañas que te comen la red. Las listas sábanas son así, llenas de pirañas que te comen la red y te comen a vos. Les tengo terror.
-Usted dice que defiende la idea del socialismo.
-Sí, es una forma de vida extraordinaria.
-Pero en muchos países fracasó. ¿qué opina de ese fracaso?
-Cuando me dicen eso yo planteo bueno, se hizo mal, pero hagámoslo bien.
En ese momento se cierra la charla. Es mediodía. En la vereda de Madres se escucha un grito:
-¡María, María!
María Gutman, una de las Madres, se había desplomado sobre la vereda. Otra Madre, Elisa Landín gritaba llamando a sus compañeras. Levantaron a María, le acercaron una silla y una sombrilla para cubrirla del sol, aplastante aún a fines de marzo.
-Veníamos de hacer gimnasia acuática -cuenta Elisa.
La gimnasia sirve para reponerse de dolores y achaques diversos.
-Es hermosa la libertad que te da el agua -dice Elisa, mientras a María le traen jamón crudo para restituirle la presión. Otra Madre se acerca y dice:
-¡María, si vos estás así, qué nos queda a las de 89!
María comienza a reponerse. Hebe le arrima un trípode para apoyarse. Entra al edificio y camina muy lentamente y rodeada, hasta llegar a otra puerta tras la cual hay una cocina y una gran mesa. Ahí sientan a María.
Otras seis Madres ordenan vasos y cubiertos sobre el mantel. Hebe está preparando una ensalada. Elisa, más tranquila, cuenta:
-Acá almorzamos todos los días, nos desquitamos, hablamos, despotricamos. ¿Qué va a hacer? -dice con una sonrisa acuática-. Es nuestra vida.
Una tarde de enero de 1991, en un hotel de la ciudad de Trinidad, en Cuba, escuché a los jurados de Novela del premio Casa de las Américas reírse a carcajadas. Los que integrábamos el jurado del grupo de periodista para definir el premio de Testimonios –junto con el uruguayo, exlíder tupamaro y expreso junto con Pepe Mujica durante una década en los pozos de la dictadura uruguaya, Eleuterio Fernández Huidobro; el chileno-cubano Orlando Contreras, el cubano Gregorio Ortega y la ecuatoriana Marianella Martínez– no pudimos sino contagiarnos de la fiesta. ¿Qué pasa?, preguntamos. Uno de los jurados no dijo: “Estamos leyendo una novela desopilante… Esa maldita lujuria, de un argentino llamado Antonio Brailovsky”.
Guardé silencio, pero mi alegría fue inmensa cuando supe que esa novela había ganado. Les conté entonces cómo había conocido a Elio, como lo llamábamos en los lejanos sesentas, en aquellos tiempos arduos, cuando estudiábamos Economía en la Universidad de Buenos Aires. Una tarde de octubre de 1966, a los pocos días de la reapertura de la facultad de Ciencias Económicas luego del golpe militar de junio de ese año, llegué durante la hora de la siesta al patio de la Rotonda. Estaba casi desierto. Así que recorrí varias aulas hasta llegar a la 15, al lado donde había estado el local de Eudeba, vandalizado por la guardia de infantería de los militares que violaron la autonomía universitaria arrasando lo que olía a cultura a pesar de la resistencia estudiantil la noche del 28 de junio de 1966. El aula estaba desierta: sólo un alumno, flaco y rubio, con mirada melancólica y cuerpo encorvado estaba sentado en medio del enorme salón en silencio. No pude contener mi curiosidad y le pregunté qué hacía, qué esperaba allí. “Nada”, me dijo. Y agregó: “Solo recordar cómo era la multitud comprando los libros que ya no están”.
Así comenzó un diálogo con él que no se interrumpiría hasta otro golpe de Estado, en marzo de 1976. Nuestra amistad, entonces, arrancó en el aula 15. Hasta 1969 intercambiábamos poesías, cuentos, discusiones políticas. El era un militante del viejo socialismo de Alfredo Palacios; yo prefería algo más frontal, más guevarista como mandaba la época. Solíamos juntarnos en el bar Los Estudiantes a intercambiar textos: en esa época, él prefería hacer cuentos de ciencia ficción; yo, poesía. A veces, nos escapábamos al viejo cine Real a ver dibujos animados en medio de exámenes tediosos como la vez que dimos libre Historia Económica Argentina en una mesa que duró dos días con 600 inscriptos.
Y cada vez que podíamos nos colábamos en alguna ópera o ballet en el “gallinero” –la platea más alta y barata– del Teatro Colón. Compartíamos el amor por la Opera. Elio era sensible y tenía un alma pacífica. No lo sacudían las injusticias con brotes de colera. En plena noche del Onganiato, con su primera pareja y unos amigos solíamos jugar a la huija para preguntar cuándo terminaría la dictadura y si alguno de nosotros seríamos apresados por lanzar volantes clandestinamente en la facultad.
Todavía éramos tan jóvenes… Elio me llevaba dos años. Había nacido en 1946. Y amaba los ritos de la religión judía de sus padres; sus comidas y fiestas de guardar. Pero era laico en sus convicciones políticas. Y, sobre todo, amaba la naturaleza. Con él y un grupo de amigos logramos bañarnos por última vez una noche de enero de 1967 en que descansábamos de la preparación de una materia, en la Costanera del Río, cerca de la vieja playa Saint Tropez. Lo escuché maldecir por la contaminación ya entonces: era una rareza alguien tan preocupado por las cuestiones de la naturaleza. Dejamos de vernos en 1973. Él pudo recibirse de economista. Y comenzó su carrera de periodista en el Cronista Comercial. En 1977, poco antes de salir al exilio, intenté verlo. Pedirle ayuda. O simplemente volver a charlar para revivir, tal vez, un tiempo de que todo era posible. Que la muerte aún no rondaba sobre nuestra generación. Lo llamé desde un teléfono público del bar La Opera. Cuando me atendió, corté. Finalmente temí no sólo por él. Temí por el peso de la culpa de ponerlo en peligro.
No lo volví a ver hasta mi regreso, en 1984. Ya para entonces, Elio se había casado, tenido hijos, descasado y vuelto a casar. Ya era un reconocido profesor de Economía y un defensor del medio ambiente destacado, quizá uno de los fundadores de ese movimiento en nuestro país. Supe que había comandado, valientemente durante la dictadura, un juicio por la venta del herbicida conocido como 2.4.5.T o agente naranja.
Para Elio, la política y la ecología eran la ruta elegida: no quería cambiar el mundo atropellando al poder: sólo quería parar la depredación para que el mundo fuera un sitio mejor. Mis caminos y los suyos de bifurcaron por intereses profesionales y personales –parejas, hijos, trabajos–, pero siempre guardamos la tibia sensación de haber habitado un tiempo de amistad profunda y definitiva. Enseñó Ecología y Defensa del Ambiente en cada lugar y país donde pudo; escribió solo o acompañado por su segunda pareja, Dina Foguelman, más libros sobre el tema que nadie en la Argentina. Solo cinco novelas. Pero ahora que lo pienso, la del premio de Casa de la Américas tuvo que ver definitivamente con esta historia. Cuando le pregunté qué quería decir ese título “Una maldita lujuria”, me dijo: “¿Te imaginás lo que pudieron sentir los conquistadores cuando descubrieron las Cataratas del Iguazú o El Amazonas con ese despliegue de flora y fauna y ríos… con esa lujuria de la naturaleza?”.
Si. Puedo imaginar, querido Elio, que tu muerte hace llorar el Amazonas.
Es recordado como conductor de «Telenoche», junto Mónica Cahen D’Anvers. Se encontraba internado por el agravamiento de una larga enfermedad. Tenía 80 años.
El periodista y presentador televisivo César Alberto Mascetti, histórico conductor de “Telenoche”, donde armó una recordada dupla delante de cámara con su pareja de décadas, la reconocida Mónica Cahen D’Anvers, falleció en las últimas horas a los 80 años, víctima de un cáncer.
Así lo confirmaron las redes de la Municipalidad bonaerense de San Pedro, de donde era oriundo Mascetti, y luego lo confirmó TN, señal de noticias del grupo Clarín en el que se desempeñó durante gran parte de su trayectoria.
Mascetti nació el 9 de diciembre de 1941, y su relación con el periodismo parecía venir con los genes: sus primeros pasos los dio en la gráfica, en el diario El Independiente, que había fundado su abuelo, Alejandro Mascetti, y que continuó su padre.
Entre los 60 y comienzos de los 70 continuó en medios porteños como Clarín y La Razón, hasta que en 1971 supo que en Canal 13 buscaban un cronista. Allí hizo entrevistas históricas a personalidades que iban desde el mimo Marcel Marceau hasta Salvador Allende, Arturo Umberto Illia, Juan Domingo Perón, George Harrison o Jorge Luis Borges.
Dos años después quedaría como parte del equipo principal de «Telenoche», junto con Roberto Maidana, Sergio Villarruel y Evangelina Solari. Entre 1977 y 1980 participó de “Mónica presenta”, que dirigió Cahen D’Anvers luego de su regreso a la señal.
Mascetti también participó de los ciclos “Los temas del día” (1973-76), “De 7 a 8” (1981 a 1984), “El candidato” (1985, 1987 y 1989), “El espejo” (1984 a 1986) y “Desayuno” (1987 a 1989). Desde 1991 y hasta 2003 Mascetti y Cahen D’Anvers, quien ya por entonces era su pareja, formaron la dupla de conducción de la segunda etapa de “Telenoche”, donde marcaron una época y un estilo que era acompañado con el rating y con numerosos premios.
Desde 2004, César y Mónica llevaron su química a Radio del Plata, donde estuvieron al aire hasta 2015. Desde entonces se habían retirado a San Pedro, donde administraban su espacio turístico-rural.
Este texto es una creación colectiva del cuerpo docente del Liceo N°9 y fue leído hoy en el patio de esa escuela pública. Refleja en su contenido y tono todo lo que creemos que es necesario transmitir hoy a la sociedad argentina.
Estamos aquí reunides por la necesidad imperiosa de implicar y sumar nuestra voz al grito de Nunca Más el Terror en Nuestro País.
Todes estamos al tanto de lo ocurrido en las últimas horas.
Todes sabemos lo que pasó y también todes seguramente reflexionamos mucho este fin de semana.
Algunes nos cruzamos, incluso, en la multitudinaria e histórica marcha del viernes 2 que propuso dejar en claro la posición del pueblo argentino, la defensa de la democracia nos convocó a miles y miles de personas a lo largo y a lo ancho de todo el territorio nacional.
Acá no hay lugar para binarismos partidarios. Ni tampoco para regodearnos en el perpetuo y enquistado «Boca – River» de la mentalidad colonialista argentina.
El repudio masivo para un hecho de estás características es una necesidad, un deseo y también un deber ,cómo lxs ciudadanxs y sujetxs politiques que somos.
El porqué estamos hoy aquí compartiendo estas palabras tiene que ver intrínsecamente con uno de los propósitos de nuestras escuelas: este es el de formarnos críticamente para ver y entender el complejo mundo que hoy nos rodea.
Debemos ejercitar el sentido profundo democrático de escucha y respeto a la diversidad de opiniones, más también debemos comprender que nunca el odio será sinónimo de libertad de expresión.
Poder de-construir y llegar al hueso de frases simples y peligrosas replicadas infinidad de veces en las redes sociales y en medios de comunicación debiera ser un objetivo y un compromiso como sociedad que busca desarrollarse afianzada en las facultades democráticas más básicas y de nosotrxs como formadores y el de ustedes cómo futurxs ciudadanos en plenitud de derechos y obligaciones.
¿Nunca se sintieron heridxs por las palabras de alguien? ¿Nunca se equivocaron y dijeron algo de lo que se arrepintieron y que ya no pudieron borrar?
Es simple: las palabras crean realidades, crean sentidos desde los cuales interpretamos el mundo. Cuando alguien se convierte en víctima de discursos sistemáticos de violencia se vuelve una persona vulnerable a los ojos de los demás, se intenta quitarle poder, ridiculizarla, pretender que no es digna de respeto. Cuando se dice que «fue un loco suelto» o que «todo estuvo armado» se le baja el precio a la gravedad del asunto.
Vuelvo a decir , aquí no hay lugar para las banderas partidarias, para seguir humillando al pueblo hablando de feriados politicos o para juntar migajas de céntimos en vista al 2023.
El finde pasado trastabilló la democracia de nuestro país, luego de que alguien gatillara dos veces nada más y nada menos que en la cabeza de la VicePresidenta electa de la Nación Argentina, una mujer.
Queremos compartirles un fragmento de El odio, de la poeta polaca Wisława Szymborska:
«Miren qué buena condición sigue teniendo qué bien se conserva en nuestro siglo el odio. Con qué ligereza vence los grandes obstáculos. Qué fácil para él saltar, atrapar.
No es como otros sentimientos. Es al mismo tiempo más viejo y más joven.
Con religión o sin ella, lo importante es arrodillarse en la línea de salida. Con patria o sin ella, lo importante es arrancarse a correr.
Ay, esos otros sentimientos, debiluchos y torpes. ¿Desde cuando la hermandad puede contar con multitudes? ¿Alguna vez la compasión llegó primero a la meta? ¿Cuántos seguidores arrastra tras de si la incertidumbre? Arrastra solo el odio, que sabe lo suyo.
Talentoso, inteligente, muy trabajador. ¿Cuántas páginas de la historia ha numerado? ¿Cuántas alfombras de gente ha extendido, en cuántas plazas, en cuántos estadios?
En todo momento, listo para nuevas tareas. Si tiene que esperar, espera. Dicen que es ciego. ¿Ciego? Tiene el ojo certero del francotirador Y solamente él mira hacia el futuro con confianza.»
Qué fuertes son estás líneas, ¿no? Que horrible sería que el futuro de nuestra humanidad estuviera en manos del odio, no es cierto?
El eje aquí , chiques, es que la democracia se puso en jaque, por eso tantxs argentinxs nos angustiamos. Por eso tantos venimos angustiados desde hace un tiempo atrás, por la escalada de violencia, por la impunidad descarada, por la insistencia de cierta parte de nuestra sociedad de instalar que el valor de las palabra no existe, se han encargado de erosionarla en pos de la construcción sistematica del odio hacia ese otro/a/e que esa misma porción de la sociedad necesita desvastar, aniquilar.
La escuela todavía sigue siendo y debe seguir siéndolo ese lugar democrático con todas sus irregularidades incluidas, constructora de sueños, legalidades y subjetividades. En la escuela se respeta la autoridad,se respeta al compañero, se respeta la palabra del otro/a/x, se debate, se confronta, se arriban a consensos, acuerdos y nos cuidamos, amorosamente.
La escuela: esa base primera desde la cual recorrer el camino necesario para una sociedad democrática.
No permitamos que nadie ni nada nos quite la capacidad reflexiva y el deseo siempre de imaginarnos alternativas amorosas de convivencia y crecimiento. Hasta que el mundo sea como lo soñamos. Muchas gracias.